La Tragedia del Prestige

LA VANGUARDIA - 02.46 horas - 08/12/2002

JORDI BARBETA

La tragedia del “Prestige” está resultando una catástrofe ecológica, un desastre económico, y una injusticia humana, pero todo ello se resume desde el punto de vista político en un clamoroso fracaso de la democracia, entendida como el sistema que garantiza las libertades y la participación de los ciudadanos para asegurar la primacía del interés general.

Observando la reacción de los actores políticos en los primeros días de la crisis, tuvieran responsabilidades de gobierno o hablaran desde la oposición, la principal preocupación no fue la adopción de medidas para evitar o paliar los estragos que está causando ahora la marea negra, sino tranquilizar al sector pesquero y prometerle toda suerte de ayudas públicas –hubo una auténtica subasta entre gobernantes y opositores a ver quién era capaz de ofrecer más–, unos para evitar que se desbordaran las protestas y otros para sacar tajada de la indignación. Es decir, que no les preocupaba el problema, sino su futuro.

Llovía sobre mojado o, mejor dicho, se estaba incendiando un polvorín. Lo primero que recordaron los gallegos ante las primeras noticias de que un petrolero zozobraba cerca de las rías era el daño material que había ocasionado diez años antes el petrolero “Mar Egeo” y la constatación de que todavía nadie había sido resarcido de las pérdidas. Por eso el Poder actuó dando prioridad a la tarea de calmar a la gente antes que preparar la ofensiva contra el fuel, y por eso, cuando llegó la marea, ni siquiera había guantes para trabajar...

Las crisis del “Prestige” y del “Mar Egeo”, que han ocurrido bajo la responsabilidad de gobiernos de distinto signo, ponen de manifiesto la existencia de un déficit de la política. Ambas tragedias, que de hecho son la misma pero repetida, demuestran que ni la ideología ni la competencia de los gobernantes son capaces de garantizar que estos desastres no vuelvan a ocurrir. Por lo tanto, y asumiendo que cualquier actuación humana resultará siempre imperfecta, habrá que dotar de mecanismos al sistema democrático para que el control de los desaprensivos que buscan el máximo beneficio sin reparar en riesgos ajenos resulte automático, constante y, por lo tanto, más eficaz.

Sólo en democracia los ciudadanos son, además, responsables. La catástrofe del “Mar Egeo” ocurrió hace diez años. Se le puede reprochar al gobierno socialista de entonces, a la Xunta y al Gobierno que gestiona el presente que no hayan sido capaces de adoptar las medidas necesarias para que no volviera a ocurrir una catástrofe de tal magnitud, pero si no lo han hecho también ha sido porque no se han visto obligados a ello.

La única manera de que los gobiernos atiendan las prioridades del interés general es la presión de la sociedad civil. Mientras la responsabilidad democrática se reduzca a elegir representantes cada cuatro años, la garantía de que no ocurran desgracias evitables dependerá del azar. Desde Europa se observa a menudo con displicencia la democracia norteamericana. Allá también votan cada cuatro años, pero apenas la mitad se siente motivada a acercarse a las urnas. Sin embargo, desde principios de los 90 ningún barco sin doble casco se puede acercar a las costas estadounidenses. El “lobby” de los pescadores reaccionó tras la catástrofe del “Exxon Valdez” y fue capaz de imponerse a otros grupos de presión más poderosos. Los norteamericanos votan poco pero saben exigir más, porque se han dado cuenta de que allá, como aquí, los gobernantes, para arremangarse, también necesitan algún capataz.

 

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